miércoles, 22 de agosto de 2012

Tiempo...Es todo lo que tengo.

El tiempo es algo relativo.
   Para los balineses, por ejemplo, el día no tiene 24 horas fijas, sino que éste va siendo más largo o más corto en función de lo pesado o de lo agradable que haya sido para ellos. Algunos se olvidan (o no quieren recordar) los años que tienen. Un día la vida parece una carga más pesada y pueden tener 80…Y al día siguiente el Sol alumbra un mundo nuevo y maravilloso y pueden tener 60.

   Así me parece a mí que debería ser en éste nuestro mundo occidental, donde todo se mide en tiempo, donde vivimos pegados constantemente a un reloj, cuyas manecillas se empeñan en irnos marcando el compás de nuestra vida. Sí. Porque… ¿De qué está hecha la vida sino de tiempo?

   A veces el tiempo es nuestro amigo y nuestro aliado y, otras veces, se nos escapa de entre las manos casi sin darnos cuenta, gastándonos la más cruel de las bromas cósmicas. A veces, queremos que se pare el tiempo en ese segundo, en ese momento absolutamente perfecto y que nuestra felicidad fuese capaz de congelar el mundo entero para vivirlo eternamente y, en otras ocasiones, querríamos que los días saltasen de uno a otro sin ningún tipo de remordimiento ni compasión, eliminando todo resquicio de pensamiento o sentimiento que nos angustia o nos encarcela.


   El verano es la terapia del tiempo. Hace que nos resulte relativo y sin importancia, que nos olvidemos de ese invento diabólico llamado reloj, para encargarnos de vivir, simple y complicadamente eso. Y ahí es donde podemos alcanzar la paz y la felicidad o hacer que se convierta en nuestra peor pesadilla. Claro está, que eso depende mitad de nosotros y mitad de nuestro compañero, el destino o (lo que es lo mismo) “La Provi”, como me han enseñado hace poco.


   Hay tiempos mejores y tiempos peores. Épocas de nuestra vida que nos gustaría meterlas en un VHS (sí, de los antiguos en peligro de extinción, sí…) para poder rebobinarlas una y otra vez, y épocas que nos gustaría que pasaran de largo cuanto antes y, al ser posible (y por un poquito de compasión divina), sin darnos mucha cuenta.

   Pero debemos aprender a desgastar todos los momentos con la misma intensidad y la misma fuerza. Aprender al máximo de todas y cada una de las experiencias que nos va ofreciendo la Vida.

   Tú ya no eres el mismo que fuiste ayer, ni serás el mismo que mañana. Porque todo avanza, porque el tiempo no se detiene en pedirnos explicaciones, porque no intenta complacer a nadie. Sigue su camino y su curso, siempre hacia adelante y sin mirar atrás. No puedes  intentar aferrarte al pasado porque lo natural es avanzar. No puedes vivir en el futuro porque todavía no existe, es una irrealidad. Hay que vivir el presente. Hay que aprender a disfrutar del momento en el que estamos inmersos, ya sea de paz o de guerra, con los otros, con el mundo o con nosotros mismos. Lo único que podemos hacer es procurar que nuestro pasado y nuestro presente puedan darse la mano en armonía para poder, a partir de ahí, ir construyendo día a día un futuro con más posibilidades de éxito y de felicidad.

   Da lo mejor de ti mismo ahora, en este instante, porque es lo único que realmente te pertenece, porque a lo mejor no existirá el mañana. Seguramente es una de las lecciones más importantes y difíciles que debemos aprender en la vida.

Si quieres hacer algo, hazlo ahora. Si quieres luchar por algo, hazlo ahora. Si quieres aprender algo, hazlo ahora. Porque el tiempo no va a esperar por ti. El tiempo no va a tener piedad sobre ti. Y la vida avanza y a veces es demasiado tarde para actuar y a veces se nos agota el tiempo.
El peor de los sentimientos es esa sensación de haber desperdiciado aquel momento que pudo ser mágico, pero no lo fue… Ese momento en el que pude aprender de aquella experiencia, pero no lo hice… Ese momento en el que pude decirle tal o cual a esta persona, pero no lo hice… Ese momento en el que tuve que hacer esto o aquello, pero no lo hice…
Esa oportunidad que dejaste escapar, créeme, no volverá. Ésa no. Podrán venir otras, pero no serán iguales. Porque nunca existe un momento igual  a otro, porque todo siempre está en continuo cambio y movimiento.
Las cosas podrán salir bien o podrán salir mal, pero da siempre el 200% de ti porque así te quedará el consuelo si salen mal, de que no fue por tu culpa, simplemente ése no sería tu destino, porque tú hiciste todo y más por lograrlo.

 Ésta es la única manera de intentar hacer el tiempo nuestro y que no sea el tiempo el que nos haga suyos.


Por: Ana Alonso Megías.


                         

“El tiempo que se pierde o se malgasta es francamente una ofensa a esta existencia tan corta, a la felicidad verdadera, y a la auténtica y, por eso mismo, eterna y duradera bienaventuranza.” Adolfo Kolping

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