“Doce fotografías significativas en un año cualquiera son una
buena cosecha”.
Ansel Adams
Pues entonces yo debo tener millones de buenas
cosechas.
En mi casa hay una gran caja roja, donde están guardados todos los sobres con miles de fotografías de todos estos años pasados, desde mi nacimiento, hasta la aparición de las cámaras digitales, que hicieron mucho más cómodo este universo de recopilaciones fotográficas, pero que, a mi parecer, ha perdido gran parte de su encanto y de su esencia, que lo hacía tan especial.
En mi casa hay una gran caja roja, donde están guardados todos los sobres con miles de fotografías de todos estos años pasados, desde mi nacimiento, hasta la aparición de las cámaras digitales, que hicieron mucho más cómodo este universo de recopilaciones fotográficas, pero que, a mi parecer, ha perdido gran parte de su encanto y de su esencia, que lo hacía tan especial.
Si recuerdo a mi padre desde que nací hasta
ahora, no puedo imaginármelo sin su cámara de fotos al hombro. Su inseparable
cámara de fotos que ha cambiado de tamaño, forma, marcas, modelos… pero que
siempre lo ha acompañado allá donde hemos ido. Él y su magia. Sí. Porque al
repasar algunos de esos miles de momentos atrapados en imágenes de papel, no
puedo sino pensar que es un gran mago. Con 21 años, puedo ver y recordar historias, instantes… que, de otro modo, se habrían
perdido para siempre o sólo quedaría prueba de su existencia en nuestra
memoria. Ha captado toda la magia y la esencia de todos estos años locos. Y
éste es uno de los mejores regalos que me podía hacer. Éste y el haberme
inculcado la pasión por “el arte de ver lo que otros no ven”.
Ahora puedo verme tal como era. Puedo vernos tal como éramos. Hace algún tiempo. Hace algunos años.
A veces, conviene pararse, sentarse en el sofá, encender una pequeña lámpara, hacerse un ovillo en una manta, prepararse un buen café y viajar en el tiempo. Viajar años atrás. Hacer un resumen, un repaso de cómo fue tu vida entonces y de cómo es ahora. Cuántas cosas hemos aprendido, cuánto hemos crecido, los sueños que hemos cumplido, los que todavía no hemos podido hacer posibles y otros que, quizás…hemos abandonado por el camino.
¿Quiénes éramos cuando sólo sentíamos? ¿Cómo éramos cuando sí nos estaba permitido soñar? ¿Quiénes queríamos ser cuando todo era posible? ¿En qué creíamos cuando en nuestro Universo sí había espacio para la magia?
Repasando y repasando… Me doy cuenta de que he sido muy afortunada, de que soy muy afortunada. Mirando a estas personas, mirando sus ojos, sus sonrisas… Veo felicidad. Veo plenitud, orgullo, paz, serenidad, alegría, pensamientos, sueños, vida… Veo Amor. Veo explosiones de Amor en una mirada. En dos manos que se unen, que se agarran y que, 21 años después (porque hasta ahí llega mi memoria…) siguen estando unidas.
Veo personas que ya no están, pero que siguen presentes en nuestros corazones.
Veo personas que siguen estando, pero que ya no forman parte de nuestro universo.
Veo personas que, aunque no puedan estar todo lo que quisiésemos, sabemos que
siempre estarán. Pero lo mejor, lo más grande, es ver a personas que
estuvieron, que están y que, si Dios lo quiere, estarán para siempre. Ése es el
milagro. Ése es mi milagro.

Me veo a mí. Y me veo feliz. En todas y cada una esas
fotos. Me veo tal como soy. Me veo siendo la persona que siempre he sido y a la
que, en ocasiones, echo tanto de menos.
Me veo y sonrío. Quizás he encontrado la clave. La clave de por qué estoy feliz
en cada uno de los momentos inmortalizados. Porque era yo misma siempre. No
pensaba en si eso gustaría, no gustaría, si debía hacerlo o no… No. Era yo. Las
24 horas del día. A lo mejor por eso la infancia es tan especial y marca tanto la vida de las personas. Porque, como decía “El Principito”: “Lo esencial es invisible a los ojos”. Y sólo los niños consiguen verlo. Qué gran verdad. Esa inocencia hace que miremos todo lo que nos encontramos con los ojos del corazón, permitimos que todo nos deslumbre y nos ilusione, dejando al margen cualquier tipo de razonamiento lógico, cualquier clase de continencia de sentimientos. Si nos apetece llorar, lloramos. Si nos apetece reír, reímos. Si nos apetece bailar, bailamos. Si nos apetece cantar, cantamos. Si nos apetece dar un abrazo, lo hacemos. Si nos apetece dar un beso, lo damos.
Sonreímos y queremos a quienes nos cuidan y nos aman todos los días de nuestra vida. Esa sensación de protección y de Amor que no creo que podamos volver a sentir en nuestra vida. Si no queríamos que nos viesen, bastaba con tan sólo un abrazo de nuestra madre y taparnos los ojos. Allí éramos invencibles e invisibles y nada ni nadie podía traspasar esa barrera de protección. La añoro, añoro esa sensación y creo que lo haré toda mi vida.

Miro las expresiones de todas esas caras. Y me doy cuenta de que no es el tiempo el que ha pasado por ellas. Han sido las experiencias y los momentos vividos. No nos cambia el tiempo, nos cambia lo que éste hace con nosotros o, mejor dicho, de nosotros.
Y también, y lo más importante, lo que nosotros hacemos con el tiempo que se nos ha concedido. Eso, más bien, es lo que define quiénes realmente somos.
Viendo todas esas fotografías, todos esos pedazos y retales de mi vida… Sólo puedo pensar en que quiero volver a ser una niña. Quizás por eso soy una enamorada de la infancia y me encantan los niños. Porque lo echo de menos. He sido tan sumamente feliz, tan tan feliz… Me he sentido tan llena, tan consciente del Amor que había a mi alrededor…que quiero volver a ello. Aunque fuera un segundo. Poder volver a permitirme el pensar con el corazón, sin miedo a sufrir, porque me sostiene esa inmensa fe en el milagro de la vida, en la verdad de la magia.
Y eso es lo que hacemos las personas cuando crecemos. Seguimos buscando esa magia y ese Amor. Y esperamos poder hallarlos en las personas que van apareciendo en nuestro camino. Podemos llenar nuestras cabezas y nuestras vidas de otros sueños, como: quiero tener tres carreras, quiero encontrar un trabajo, quiero comprarme una casa, un coche…
Pero en el fondo de nuestro corazón, cuando volvemos la vista atrás, cuando pensamos en cómo éramos cuando nos permitíamos el placer de Ser… Sabemos que hay algo que nos une a todos, un sueño común y único. Y es volver a sentir como los niños… Y sabemos que sólo volveremos a conseguirlo cuando seamos capaces de Amar, con mayúsculas. De Confiar, en mayúsculas. Y de Creer, en mayúsculas.

Nos empeñamos tanto en crecer, en ser mayores… Que cuando empieza a suceder...sólo queremos cambiar de rumbo al “País de Nunca Jamás”.
Eres la mejor jurista de Sevilla :)
ResponderEliminar