Las calles se van inundando de colores, de alegría, de brillo…
Pero no sólo eso. En esta época del año los corazones también cambian. Nos hacemos más solidarios, más conscientes, más sensibles a la realidad que nos rodea y con la que convivimos día a día. Empezamos a pedir y a regalar deseos. Creemos un poquito más en la magia de los sueños.
Muchas personas critican esta postura argumentando que Navidad debería ser los 365 días del año y no sólo dos semanas. Yo opino que mejor dos semanas, que ninguna ¿no?
Con todo esto, nos entran ganas de empezar a hacer cosas buenas por los demás. Pero a veces, desistimos pensando en que no somos lo suficientemente capaces para ello. Que somos demasiado insignificantes para cambiar el mundo. Que una persona sola no puede hacer de la Tierra un lugar mejor. Que aunque ayudes a una persona, seguirá habiendo mil millones que te necesitarán y a los que no podrás acudir…
Pues bien… Aquí os traigo esta pequeña historia. Que por pequeña no quiero decir que no sea del todo maravillosa y de la que podemos sacar una gran enseñanza…
Al fin y al cabo así pasa siempre en la vida, ¿no?... Muchas veces las pequeñas cosas, son las más grandes… Y en un simple minuto, podemos encontrar 60 segundos eternos de felicidad.
¡¡Os la dejo!! J
"Había una vez un escritor que vivía a
orillas del mar; una enorme playa virgen donde tenía una casita donde pasaba
temporadas escribiendo y buscando inspiración para su libro. Era un hombre
inteligente y culto y con sensibilidad acerca de las cosas importantes de la
vida.
Una mañana mientras paseaba a orillas del océano vio a lo lejos una figura que se movía de manera extraña como si estuviera bailando. Al acercarse, vio que era un muchacho que se dedicaba a coger estrellas de mar de la orilla y lanzarlas de nuevo al mar.
El hombre le preguntó al joven qué era lo que estaba haciendo. Éste le contestó; "Recojo las estrellas de mar que han quedado varadas y las devuelvo al mar; la marea ha bajado demasiado y muchas morirán".
Dijo entonces el escritor: " Pero esto que haces no tiene sentido. Ése es su destino, morirán y serán alimento para otros animales y, además, hay miles de estrellas en esta playa, nunca tendrás tiempo de salvarlas a todas".
El joven miró fijamente al escritor,
cogió una estrella de mar de la arena, la lanzó con fuerza por encima de las
olas y exclamó: " Para ésta... ¡Sí tiene sentido!".
El escritor se marchó un tanto
desconcertado, no podía explicarse una conducta así. Esa tarde no tuvo inspiración
para escribir y durante la noche no durmió bien, soñaba con el joven y las
estrellas de mar volando por encima de las olas.
A la mañana siguiente corrió a la playa, buscó al joven y le ayudó a salvar estrellas.”
A la mañana siguiente corrió a la playa, buscó al joven y le ayudó a salvar estrellas.”
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