jueves, 13 de diciembre de 2012

Toda una vida en un baile de fotografías. Rumbo al "País de Nunca Jamás".


“Doce fotografías significativas en un año cualquiera son una buena cosecha.
Ansel Adams


Pues entonces yo debo tener millones de buenas cosechas.
En mi casa hay una gran caja roja, donde están guardados todos los sobres con miles de fotografías de todos estos años pasados, desde mi nacimiento, hasta la aparición de las cámaras digitales, que hicieron mucho más cómodo este universo de recopilaciones fotográficas, pero que, a mi parecer, ha perdido gran parte de su encanto y de su esencia, que lo hacía tan especial.

Si recuerdo a mi padre desde que nací hasta ahora, no puedo imaginármelo sin su cámara de fotos al hombro. Su inseparable cámara de fotos que ha cambiado de tamaño, forma, marcas, modelos… pero que siempre lo ha acompañado allá donde hemos ido. Él y su magia. Sí. Porque al repasar algunos de esos miles de momentos atrapados en imágenes de papel, no puedo sino pensar que es un gran mago. Con 21 años, puedo ver y recordar  historias, instantes… que, de otro modo, se habrían perdido para siempre o sólo quedaría prueba de su existencia en nuestra memoria. Ha captado toda la magia y la esencia de todos estos años locos. Y éste es uno de los mejores regalos que me podía hacer. Éste y el haberme inculcado la pasión por “el arte de ver lo que otros no ven”.

Ahora puedo verme tal como era. Puedo vernos tal como éramos. Hace algún tiempo. Hace algunos años.
A veces, conviene pararse, sentarse en el sofá, encender una pequeña lámpara, hacerse un ovillo en una manta, prepararse un buen café y viajar en el tiempo. Viajar años atrás. Hacer un resumen, un repaso de cómo fue tu vida entonces y de cómo es ahora. Cuántas cosas hemos aprendido, cuánto hemos crecido, los sueños que hemos cumplido, los que todavía no hemos podido hacer posibles y otros que, quizás…hemos abandonado por el camino.
¿Quiénes éramos cuando sólo sentíamos? ¿Cómo éramos cuando sí  nos estaba permitido soñar? ¿Quiénes queríamos ser cuando todo era posible? ¿En qué creíamos cuando en nuestro Universo sí había espacio para la magia?

                                             


Repasando y repasando… Me doy cuenta de que he sido muy afortunada, de que soy muy afortunada. Mirando a estas personas, mirando sus ojos, sus sonrisas… Veo felicidad. Veo plenitud, orgullo, paz, serenidad, alegría, pensamientos, sueños, vida… Veo Amor. Veo explosiones de Amor en una mirada. En dos manos que se unen, que se agarran y que, 21 años después (porque hasta ahí llega mi memoria…) siguen estando unidas.

Veo personas que ya no están, pero que siguen presentes en nuestros corazones. Veo personas que siguen estando, pero que ya no forman parte de nuestro universo. Veo personas que, aunque no puedan estar todo lo que quisiésemos, sabemos que siempre estarán. Pero lo mejor, lo más grande, es ver a personas que estuvieron, que están y que, si Dios lo quiere, estarán para siempre. Ése es el milagro. Ése es mi milagro.

                            

Me veo a mí. Y me veo feliz. En todas y cada una esas fotos. Me veo tal como soy. Me veo siendo la persona que siempre he sido y a la que, en ocasiones, echo tanto de menos. 
Me veo y sonrío. Quizás he encontrado la clave. La clave de por qué estoy feliz en cada uno de los momentos inmortalizados. Porque era yo misma siempre. No pensaba en si eso gustaría, no gustaría, si debía hacerlo o no… No. Era yo. Las 24 horas del día.

A lo mejor por eso la infancia es tan especial y marca tanto la vida de las personas. Porque, como decía “El Principito”: “Lo esencial es invisible a los ojos”. Y sólo los niños consiguen verlo. Qué gran verdad. Esa inocencia hace que miremos todo lo que nos encontramos con los ojos del corazón, permitimos que todo nos deslumbre y nos ilusione, dejando al margen cualquier tipo de razonamiento lógico, cualquier clase de continencia de sentimientos. Si nos apetece llorar, lloramos. Si nos apetece reír, reímos. Si nos apetece bailar, bailamos. Si nos apetece cantar, cantamos. Si nos apetece dar un abrazo, lo hacemos. Si nos apetece dar un beso, lo damos.
Sonreímos y queremos a quienes nos cuidan y nos aman todos los días de nuestra vida. Esa sensación de protección y de Amor que no creo que podamos volver a sentir en nuestra vida. Si no queríamos que nos viesen, bastaba con tan sólo un abrazo de nuestra madre y taparnos los ojos. Allí éramos invencibles e invisibles y nada ni nadie podía traspasar esa barrera de protección. La añoro, añoro esa sensación  y creo que lo haré toda mi vida.
                                


Miro las expresiones de todas esas caras. Y me doy cuenta de que no es el tiempo el que ha pasado por ellas. Han sido las experiencias y los momentos vividos. No nos cambia el tiempo, nos cambia lo que éste hace con nosotros o, mejor dicho, de nosotros.
Y también, y lo más importante, lo que nosotros hacemos con el tiempo que se nos ha concedido. Eso, más bien, es lo que define quiénes realmente somos.



                                     


Viendo todas esas fotografías, todos esos pedazos y retales de mi vida… Sólo puedo pensar en que quiero volver a ser una niña. Quizás por eso soy una enamorada de la infancia y me encantan los niños. Porque lo echo de menos. He sido tan sumamente feliz, tan tan feliz… Me he sentido tan llena, tan consciente del Amor que había a mi alrededor…que quiero volver a ello. Aunque fuera un segundo. Poder volver a permitirme el pensar con el corazón, sin miedo a sufrir, porque me sostiene esa inmensa fe en el milagro de la vida, en la verdad de la magia.

Y eso es lo que hacemos las personas cuando crecemos. Seguimos buscando esa magia y ese Amor. Y esperamos poder hallarlos en las personas que van apareciendo en nuestro camino. Podemos llenar nuestras cabezas y nuestras vidas de otros sueños, como: quiero tener tres carreras, quiero encontrar un trabajo, quiero comprarme una casa, un coche…
Pero en el fondo de nuestro corazón, cuando volvemos la vista atrás, cuando pensamos en cómo éramos cuando nos permitíamos el placer de Ser… Sabemos que hay algo que nos une a todos, un sueño común y único. Y es volver a sentir como los niños… Y sabemos que sólo volveremos a conseguirlo cuando seamos capaces de Amar, con mayúsculas. De Confiar, en mayúsculas. Y de Creer, en mayúsculas.

                         

                            


Nos empeñamos tanto en crecer, en ser mayores… Que cuando empieza a suceder...sólo queremos cambiar de rumbo al “País de Nunca Jamás”. 




POR...
ANA ALONSO MEGÍAS

martes, 13 de noviembre de 2012

"Para ésta.. Sí tiene sentido"

La Navidad se va acercando. Se nota en las calles, en los decorados, en los anuncios, en el ambiente, en las personas…
Las calles se van inundando de colores, de alegría, de brillo…

Pero no sólo eso. En esta época del año los corazones también cambian. Nos hacemos más solidarios, más conscientes, más sensibles a la realidad que nos rodea y con la que convivimos día a día. Empezamos a pedir y a regalar deseos. Creemos un poquito más en la magia de los sueños.
Muchas personas critican esta postura argumentando que Navidad debería ser los 365 días del año y no sólo dos semanas. Yo opino que mejor dos semanas, que ninguna ¿no?

Con todo esto, nos entran ganas de empezar a hacer cosas buenas por los demás. Pero a veces, desistimos pensando en que no somos lo suficientemente capaces para ello. Que somos demasiado insignificantes para cambiar el mundo. Que una persona sola no puede hacer de la Tierra un lugar mejor. Que aunque ayudes a una persona, seguirá habiendo mil millones que te necesitarán y a los que no podrás acudir…

Pues bien… Aquí os traigo esta pequeña historia. Que por pequeña no quiero decir que no sea del todo maravillosa y de la que podemos sacar una gran enseñanza…
Al fin y al cabo así pasa siempre en la vida, ¿no?... Muchas veces las pequeñas cosas, son las más grandes… Y en un simple minuto, podemos encontrar 60 segundos eternos de felicidad.

¡¡Os la dejo!!
J


"Había una vez un escritor que vivía a orillas del mar; una enorme playa virgen donde tenía una casita donde pasaba temporadas escribiendo y buscando inspiración para su libro. Era un hombre inteligente y culto y con sensibilidad acerca de las cosas importantes de la vida. 

Una mañana mientras paseaba a orillas del océano vio a lo lejos una figura que se movía de manera extraña como si estuviera bailando. Al acercarse, vio que era un muchacho que se dedicaba a coger estrellas de mar de la orilla y lanzarlas de nuevo al mar. 

El hombre le preguntó al joven qué era lo que estaba haciendo. Éste le contestó; "Recojo las estrellas de mar que han quedado varadas y las devuelvo al mar; la marea ha bajado demasiado y muchas morirán".

Dijo entonces el escritor: " Pero esto que haces no tiene sentido. Ése es su destino, morirán y serán alimento para otros animales y, además, hay miles de estrellas en esta playa, nunca tendrás tiempo de salvarlas a todas".

El joven miró fijamente al escritor, cogió una estrella de mar de la arena, la lanzó con fuerza por encima de las olas y exclamó: " Para ésta... ¡Sí tiene sentido!".

El escritor se marchó un tanto desconcertado, no podía explicarse una conducta así. Esa tarde no tuvo inspiración para escribir y durante la noche no durmió bien, soñaba con el joven y las estrellas de mar volando por encima de las olas.

A la mañana siguiente corrió a la playa, buscó al joven y le ayudó a salvar estrellas.”






Decía Gandhi…

Casi todo lo que realice será insignificante, pero es muy importante que lo haga.

lunes, 22 de octubre de 2012

ITIMAD Y AL-MUTAMID. Una gran historia de Amor.


Puedo afirmar que tengo un imán especial para las historias de amor.

Sevilla es una ciudad que nunca terminas de descubrir del todo. Quizás por eso sea tan especial y tan mágica. Siempre puedes probar a perderte por esas calles donde apenas caben dos personas juntas e investigar y descubrir nuevos lugares, pequeños rinconcitos ocultos, inmunes al paso de los años y de los siglos, que siguen conservando el recuerdo y la esencia de antaño. Rincones que han visto florecer y germinar grandes hazañas, grandes pasiones y grandes amores. Rincones donde se mezclan realidad y ficción, arte, literatura, vidas y leyendas.

    Y descubrí un nuevo rincón… Escondido en una callejuela del barrio de Santa Cruz. No sé si fue la casualidad o el Destino el que me empujó a encontrarme con él. Lo cierto es que vi desde lejos una heladería que llevaba el nombre de “Itimad” y justo en medio había un gran azulejo, que parecía hacer homenaje a alguien.

   Decidí acercarme a aquel lugar, con la curiosidad de saber qué memoria había sido inmortalizada allí para la eternidad o qué vieja historia luchaba contra el paso del tiempo y contra el olvido por sobrevivir para siempre, porque como leí en un fantástico libro hace algunos años… Existimos mientras somos recordados.

Me acerqué hasta él… Y para mi gran sorpresa lo que inmortalizaba aquel azulejo era una muy bella historia de amor de hace muchísimos siglos. Mezcla de historia, leyenda y realidad. Como las grandes y buenas historias de amor.
Así rezaba el azulejo:

                              

Me impactó muchísimo. Ya que siempre podemos encontrar en cualquier ciudad millones de recuerdos de guerras, eruditos, personalidades políticas, artísticas, históricas… Pero… ¿Y dónde quedan reflejadas las grandes historias de amor?

Y como no podía ser de otra manera, yo y mi gran pasión por las historias de amor románticas nos pusimos manos a la obra para recabar datos acerca de ella…
Me llamó la atención la frase que decía “Su hermosura, una poesía y el amor del rey la hicieron reina de Sevilla”. ¿Una poesía? No entendía… Así que lo primero que encontré fue este bello poema escrito por el Rey árabe Al Mutamid a su amada Itimad:

Invisible tu persona a mis ojos, está presente en mi corazón.Te envío mi adiós, con la fuerza de la pasión, con lágrimas de pena, con insomnio.Indomable soy, tú me dominas y encuentras la tarea fácil. Mi deseo es estar contigo siempre. ¡Ojalá pudieras concederme ese deseo!Asegúrame que el juramento que nos une no se romperá con la lejanía. Dentro de los pliegues de este poema, escondí tu dulce nombre, ITIMAD.

Cada verso empieza con una letra…que leídas en vertical forman el nombre de la amada: ITIMAD.

La historia de ambos es igual de bella que el poema. El Reino de Sevilla fue una de las taifas más importantes de la España musulmana del S. XI. Uno de sus reyes fue Al-Mutamid, que reunió a su alrededor una corte de literatos y poetas, en la que se valoraba especialmente la habilidad para improvisar versos. Estuvo en el trono hasta el año 1091, fecha en que fue derrocado por los almorávides. Debido a las disputas surgidas entre los reinos taifas, Sevilla pagaba una paria a Alfonso VI de Castilla, del que fue cobrador nada más ni nada menos que  El Cid.

Al-Mutamid destacó por sus dotes como poeta. Se rodeó de grandes literatos y otorgó a la corte sevillana un esplendor cultural y desconocido que la sitúan como una de las más importantes ciudades de su época. Murió cuatro años después de ser destronado y desterrado al Atlas marroquí.

                     
Según cuenta la leyenda, cierto día Al-Mutamid paseaba con su amigo y antiguo tutor Abenamar junto al Guadalquivir. Era al atardecer y el sol se reflejaba en el río (preciosa imagen debió ser).  El rey se sintió inspirado por tan bella imagen y lanzó un verso, desafiando a su amigo a terminarlo:
 


“El viento teje lorigas en las aguas”
Abenamar reflexiona, pero antes de que sea capaz de contestar llega hasta ellos una voz femenina:
“¡Qué coraza si se helaran!”
Al girarse, comprueban sorprendidos que el verso procede de una joven esclava que se dirige con su borrico de vuelta a Triana.  El rey queda prendado de la belleza e ingenio de la joven, de nombre Romaiquía, y la lleva consigo a palacio. Poco después, ante el asombro de la corte, se casa con ella, adoptando la nueva reina el nombre de Itimad.

A pesar de su humilde origen, Itimad se integra fácilmente en la corte sevillana. Y llega a ser una gran poetisa. Ambos reyes se profesaron siempre un profundo amor, intercambiándose versos apasionados como el que hemos podido leer antes. No hubo deseo de su esposa que Al-Mutamid no se apresurara a complacer, hasta el punto en que sus súbditos acabaron manifestando su descontento.
                                


La leyenda nos cuenta cómo una vez Al-Mutamid encontró a Itimad triste y melancólica. La razón era que  pese a tenerlo todo en palacio, la antigua esclava echaba de menos cuando pisaba el lodo con sus compañeras para fabricar ladrillos (ya que fue la esclava de un alfarero). Según cuenta D. Juan Manuel en el Libro de los ejemplos del Conde Lucanor y de Patronio:

"El rey, para complacerla, mandó llenar de agua de rosas un gran lago que hay en Córdoba; luego ordenó que lo vaciaran de tierra y llenaran de azúcar, canela, espliego, clavo, almizcle, ámbar y algalia, y de cuantas especias desprenden buenos olores. Por último, mandó arrancar la paja, con la que hacen los adobes, y plantar allí caña de azúcar. Cuando el lago estuvo lleno de estas cosas y el lodo era lo que podéis imaginar, dijo el rey a su esposa que se descalzase y que pisara aquel lodo e hiciese con él cuantos adobes gustara."
                                    

En otra ocasión en que la reina volvió a mostrar su tristeza, al preguntarle el rey, Itimad se quejó de que, por muchas que fueran su riquezas, no podría nunca gozar de la contemplación de un paisaje nevado. Al-Mutamid se quedó pensando en aquello, pues no había en su reino lugar donde la reina pudiese ver la nieve. (Estamos hablando de Sevilla...)
                       

Pasa el tiempo. Buscando distraer a su esposa de su melancolía, Al-Mutamid la lleva a visitar los palacios de  Córdoba. Una mañana Itimad despierta contemplando desde su ventana un paisaje blanco. Llena de alegría corre a buscar a su esposo para anunciarle la nevada. Al-Mutamid se sienta con ella a contemplar la vista. Sonríe; ha hecho traer de la vega de Málaga más de un millón de almendros para plantarlos en la sierra cordobesa que acaban de florecer.
                                          

Y este amor duró hasta el final… Ya que cuando el Rey fue derrocado y desterrado, Itimad permaneció a su lado para siempre.

                    

                  

     Después de conocer esta historia, está claro que bien merece un azulejo en el barrio más bonito de Sevilla. Donde quede grabada por siempre la memoria de este gran amor, de este amor de verdad, que no conoce de clases, ni de distancias, ni de fronteras. Un amor que lo pudo todo. Un amor verdadero


ITIMAD Y AL-MUTAMID

lunes, 17 de septiembre de 2012

El amor encarnado en una ciudad. Sevilla.



      Y otra nueva mañana se filtra a través de los pequeños espacios libres que deja la persiana… Los rayos del sol empiezan a traspasar la oscuridad de esa habitación. Abres los ojos. Una nueva punzada. Vuelves a la realidad. Nada ha cambiado. Todo o nada ha sido un sueño.
Sientes la claridad del día golpeando tus pupilas. Es hora de levantarse. Otra batalla, otra guerra que ganar.
Pasas el día entre rutina, recuerdos, momentos, risas, nostalgia, optimismo, confusión, risas… ¿Dónde está ese instante mágico? ¿Se te ha pasado de largo? ¿Has dejado pasar tu día sin prestarle la suficiente atención?

Sales… Paseas por esa ciudad que te maravilla desde niño… Que te ha dado tanto. Que te ha visto crecer, amar, llorar, reír,  correr, pasear. Esa ciudad que ha esperado tu regreso siempre. Que nunca te ha fallado. Ésa que cuando volvías en el coche de las vacaciones iba asomando en el horizonte, a lo lejos y te hacía sentir en casa. Esa torre mora que brillaba con luz propia y lo gobernaba todo a su alrededor, diciéndote: “Bienvenido de nuevo a casa”.
                                    

 Esa ciudad que te acoge entre sus calles y rincones escondidos con esencia de azahar en primavera y dama de noche en verano.

Pierdes la consciencia y deambulas por ella. La recorres sin prisas, sin saber adónde te llevarán tus pies, pero tampoco importa. El instinto es tu única guía.
Y entonces te encuentras a ti mismo andando sin rumbo por esas calles adoquinadas, con ese barullo de ciudad alegre que no descansa… Te pierdes por una calle estrecha… Sigues hacia adelante… Sin mirar atrás… Y ves ese reflejo, de esa Torre que almacenaba el oro traído de las Indias, en el Siglo de Oro (valga la redundancia), en esas aguas tibias y tranquilas del río… Donde unos enamorados pasean cogidos de la mano a la luz crepuscular por ese puente lleno de candados cerrados con promesas eternas. Sólo sintiendo la tenue brisa del viento acariciando sus rostros… Y dejándose llevar.

Y te vuelves a perder… Y ahora sólo cierras los ojos y sientes. Y ese olor que se empieza a camuflar con el aire… A jazmín y dama de noche… Y escuchas. Ese hombre sentado en medio de una plaza, descalzo y con la única compañía de ese cuerpo de mujer, que es su guitarra. La que nunca le ha abandonado. Y esas notas que empiezan a nacer de sus manos y que se convierten en ondas de una bella melodía, esas notas de “Recuerdos de la Alhambra” que se entremezclan con el olor a viento, dama de noche y jazmín. Esas monedas que le dejas como símbolo de tu agradecimiento por concederte ese instante lleno de magia y de un añorado regusto a felicidad.
                         


                               

Y te sientas… Y abres los ojos… Y la ves. La ves ahí después de tantos siglos. Después de haber contemplado y soportado tantos cambios. Después de haber sido testigo de esa mezcla de religiones, de culturas, de ritos, de pasiones… De historias que empiezan y que terminan. De personas, de vidas que se entremezclan y que van tejiendo esa red de universos paralelos que se unen para no separarse nunca más.
Y la ves, y lo oyes, y lo hueles… Y lo sientes… Sientes que ésa es tu ciudad. Que ésa es tu casa, tu hogar. La que siempre estará esperándote, por más que pase el tiempo... Que no te abandonará.
Esa bella ciudad en la que te pierdes… Para reencontrarte contigo mismo.
Que siempre ha estado ahí, que permanece viva y vibrante en todo momento… Que está contigo y formará parte de ti, durante toda tu vida. Pero que siempre será capaz de sorprenderte igual que cuando la miraste y la recorriste por primera vez.
                         


                                


Eso es el amor. El amor a mi ciudad. Sevilla.

Por: Ana Alonso Megías.


“Todos los días Dios nos da, junto con el sol, un momento en el que es posible cambiar todo lo que nos hace infelices.” Paulo Coelho.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Tiempo...Es todo lo que tengo.

El tiempo es algo relativo.
   Para los balineses, por ejemplo, el día no tiene 24 horas fijas, sino que éste va siendo más largo o más corto en función de lo pesado o de lo agradable que haya sido para ellos. Algunos se olvidan (o no quieren recordar) los años que tienen. Un día la vida parece una carga más pesada y pueden tener 80…Y al día siguiente el Sol alumbra un mundo nuevo y maravilloso y pueden tener 60.

   Así me parece a mí que debería ser en éste nuestro mundo occidental, donde todo se mide en tiempo, donde vivimos pegados constantemente a un reloj, cuyas manecillas se empeñan en irnos marcando el compás de nuestra vida. Sí. Porque… ¿De qué está hecha la vida sino de tiempo?

   A veces el tiempo es nuestro amigo y nuestro aliado y, otras veces, se nos escapa de entre las manos casi sin darnos cuenta, gastándonos la más cruel de las bromas cósmicas. A veces, queremos que se pare el tiempo en ese segundo, en ese momento absolutamente perfecto y que nuestra felicidad fuese capaz de congelar el mundo entero para vivirlo eternamente y, en otras ocasiones, querríamos que los días saltasen de uno a otro sin ningún tipo de remordimiento ni compasión, eliminando todo resquicio de pensamiento o sentimiento que nos angustia o nos encarcela.


   El verano es la terapia del tiempo. Hace que nos resulte relativo y sin importancia, que nos olvidemos de ese invento diabólico llamado reloj, para encargarnos de vivir, simple y complicadamente eso. Y ahí es donde podemos alcanzar la paz y la felicidad o hacer que se convierta en nuestra peor pesadilla. Claro está, que eso depende mitad de nosotros y mitad de nuestro compañero, el destino o (lo que es lo mismo) “La Provi”, como me han enseñado hace poco.


   Hay tiempos mejores y tiempos peores. Épocas de nuestra vida que nos gustaría meterlas en un VHS (sí, de los antiguos en peligro de extinción, sí…) para poder rebobinarlas una y otra vez, y épocas que nos gustaría que pasaran de largo cuanto antes y, al ser posible (y por un poquito de compasión divina), sin darnos mucha cuenta.

   Pero debemos aprender a desgastar todos los momentos con la misma intensidad y la misma fuerza. Aprender al máximo de todas y cada una de las experiencias que nos va ofreciendo la Vida.

   Tú ya no eres el mismo que fuiste ayer, ni serás el mismo que mañana. Porque todo avanza, porque el tiempo no se detiene en pedirnos explicaciones, porque no intenta complacer a nadie. Sigue su camino y su curso, siempre hacia adelante y sin mirar atrás. No puedes  intentar aferrarte al pasado porque lo natural es avanzar. No puedes vivir en el futuro porque todavía no existe, es una irrealidad. Hay que vivir el presente. Hay que aprender a disfrutar del momento en el que estamos inmersos, ya sea de paz o de guerra, con los otros, con el mundo o con nosotros mismos. Lo único que podemos hacer es procurar que nuestro pasado y nuestro presente puedan darse la mano en armonía para poder, a partir de ahí, ir construyendo día a día un futuro con más posibilidades de éxito y de felicidad.

   Da lo mejor de ti mismo ahora, en este instante, porque es lo único que realmente te pertenece, porque a lo mejor no existirá el mañana. Seguramente es una de las lecciones más importantes y difíciles que debemos aprender en la vida.

Si quieres hacer algo, hazlo ahora. Si quieres luchar por algo, hazlo ahora. Si quieres aprender algo, hazlo ahora. Porque el tiempo no va a esperar por ti. El tiempo no va a tener piedad sobre ti. Y la vida avanza y a veces es demasiado tarde para actuar y a veces se nos agota el tiempo.
El peor de los sentimientos es esa sensación de haber desperdiciado aquel momento que pudo ser mágico, pero no lo fue… Ese momento en el que pude aprender de aquella experiencia, pero no lo hice… Ese momento en el que pude decirle tal o cual a esta persona, pero no lo hice… Ese momento en el que tuve que hacer esto o aquello, pero no lo hice…
Esa oportunidad que dejaste escapar, créeme, no volverá. Ésa no. Podrán venir otras, pero no serán iguales. Porque nunca existe un momento igual  a otro, porque todo siempre está en continuo cambio y movimiento.
Las cosas podrán salir bien o podrán salir mal, pero da siempre el 200% de ti porque así te quedará el consuelo si salen mal, de que no fue por tu culpa, simplemente ése no sería tu destino, porque tú hiciste todo y más por lograrlo.

 Ésta es la única manera de intentar hacer el tiempo nuestro y que no sea el tiempo el que nos haga suyos.


Por: Ana Alonso Megías.


                         

“El tiempo que se pierde o se malgasta es francamente una ofensa a esta existencia tan corta, a la felicidad verdadera, y a la auténtica y, por eso mismo, eterna y duradera bienaventuranza.” Adolfo Kolping

jueves, 5 de julio de 2012

ALMAS GEMELAS.

Y como de costumbre... El destino me vuelve a obsequiar con el texto adecuado en el momento adecuado.
Esta tarde estuve buscando como loca un libro de Brian Weiss "Sólo el amor es real", descatalogado ya en español y posiblemente no lo volverán a editar (o eso me han dicho)...
Pero en la librería me choqué con éste otro "Lazos de amor", del mismo autor. Trata de las almas gemelas y cómo llegan a encontrarse... Aunque finalmente lo dejé en la estantería, esperando encontrar el otro...
Hasta que hace unos minutos me he topado con un fragmento de este mismo libro, que ha hecho que me entre un escalofrío al leerlo...
¿Señal del destino o casualidad? (Sólo diré que nunca he creído en las casualidades...)

Aquí os lo dejo. Merece la pena.


"Hay alguien especial para cada uno de nosotros. A menudo, nos están destinados dos, tres y hasta cuatro seres.
Pertenecen a distintas generaciones y viajan a través de los mares, del tiempo y de las inmensidades celestiales para encontrarse de nuevo con nosotros.Proceden del otro lado, del cielo.
Su aspecto es diferente, pero nuestro corazón los reconoce, porque los ha amado en los desiertos de Egipto iluminados por la luna y en las antiguas llanuras de Mongolia.
Con ellos hemos cabalgado en remotos ejércitos de guerreros y convivido en las cuevas cubiertas de arena de la Antigüedad.
Estamos unidos a ellos por los vínculos de la eternidad y nunca nos abandonarán.
Es posible que nuestra mente diga: “Yo no te conozco”. Pero el corazón sí le conoce.
Él o ella nos agarran de la mano por primera vez y el recuerdo de ese contacto trasciende el tiempo
y sacude cada uno de los átomos de nuestro ser. Nos miran a los ojos y vemos a un alma gemela
a través de los siglos. El corazón nos da un vuelco.
Se nos pone la piel de gallina. En ese momento todo lo demás pierde importancia.
Puede que no nos reconozcan a pesar de que finalmente nos hayamos encontrado otra vez, aunque nosotros sí sepamos quiénes son. Sentimos el vínculo que nos une. También intuimos las posibilidades, el futuro.
En cambio, él o ella no lo ve. Sus temores, su intelecto y sus problemas forman un velo que cubre los ojos de su corazón, y no nos permite que se lo retiremos. Sufrimos y nos lamentamos mientras
el individuo en cuestión sigue su camino. Tal es la fragilidad del destino.
La pasión que surge del mutuo reconocimiento supera la intensidad de cualquier erupción volcánica,
y se libera una tremenda energía.
Podemos reconocer a nuestra alma gemela de un modo inmediato. Nos invade de repente un sentimiento de familiaridad, sentimos que ya conocemos profundamente a esta persona,
a un nivel que rebasa los límites de la conciencia, con una profundidad que normalmente está reservada para los miembros más íntimos de la familia. O incluso más profundamente.
De una forma intuitiva, sabemos qué decir y cuál será su reacción. Sentimos una seguridad
y una confianza enormes, que no se adquieren en días, semanas o meses.
Pero el reconocimiento se da casi siempre de un modo lento y sutil. La conciencia se ilumina a medida que el velo se va descorriendo. No todo el mundo está preparado para percatarse al instante.
Hay que esperar el momento adecuado, y la persona que se da cuenta primero tiene que ser paciente.
Gracias a una mirada, un sueño, un recuerdo o un sentimiento podemos llegar a reconocer a un alma gemela.
Sus manos nos rozan o sus labios nos besan, y nuestra alma recobra vida súbitamente. El contacto que nos despierta tal vez sea el de un hijo, hermano, pariente o amigo íntimo.
O puede tratarse de nuestro ser amado que, a través de los siglos; llega a nosotros y nos besa de nuevo para recordarnos que permaneceremos siempre juntos, hasta la eternidad."
Brian Weiss

                                  

martes, 12 de junio de 2012

Carta Gabriel García Marquez.


Recorriendo trocitos de literatura, como siempre hago para relajarme y encontrar un poco de paz en medio de este caos en época de exámenes, me he ido a encontrar con esta preciosa carta, que no podía ser de otro que del gran escritor Gabriel García Marquez. 

Espero que disfrutéis cada una de sus palabras de la misma manera que yo lo he hecho. Merece la pena tomarse unos minutos  :)


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Si por un momento Dios se olvidará de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, posiblemente no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo. Daría valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan. Dormiría poco, soñaría más. Entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos perdemos sesenta segundos de luz. Andaría cuando los demás se detienen, despertaría cuando los demás duermen, escucharía cuando los demás hablan y ¡cómo disfrutaría de un buen helado de chocolate!
                                        

Si Dios me obsequiara un trozo de vida, vestiría sencillo, me tiraría de bruces al sol, dejando descubierto, no solamente mi cuerpo sino mi alma. Dios mío, si yo tuviera un corazón, escribiría mi odio sobre el hielo y esperaría a que saliera el sol. Pintaría con un sueño de Van Gogh sobre las estrellas un poema de Benedetti, una canción de Serrat sería la serenata. Regaría con mis lágrimas las rosas, para sentir el dolor de sus espinas y el encarnado beso de sus pétalos...


Dios mío si yo tuviera un trozo de vida... no dejaría pasar un solo día sin decirle a la gente que quiero que la quiero. Convencería a cada hombre o mujer de que son mis favoritos y viviría enamorado del amor. A los hombres les probaría cuan equivocados están al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen, sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse. A un niño le daría alas, pero le dejaría que él solo aprendiese a volar. A los viejos les enseñaría que la muerte no llega con la vejez sino con el olvido.
                                   

Tantas cosas he aprendido de ustedes, los hombres... he aprendido que todo el mundo quiere vivir en la cima de la montaña, sin saber que la verdadera felicidad está en la forma de subir la escarpada. He aprendido que cuando un recién nacido aprieta con su pequeño puño, por vez primera, el dedo de su padre, lo tiene atrapado por siempre. He aprendido que un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo cuando ha de ayudarle a levantarse. Son tantas las cosas que he podido aprender de ustedes, pero realmente de mucho no habrán de servir, porque cuando me guarden dentro de esa maleta, infelizmente me estaré muriendo.
                                      

Siempre di lo que sientes y haz lo que piensas. Si supiera que hoy es la última vez que te voy a ver dormir, te abrazaría fuertemente y rezaría al Señor para poder ser el guardián de tu alma. Si supiera que esta fuera la última vez que te vea salir por la puerta, te daría un abrazo, un beso y te llamaría de nuevo para darte más. Si supiera que ésta fuera la última vez que voy a oír tu voz, grabaría cada una de tus palabras para poder oírlas una y otra vez indefinidamente. Si supiera que estos son los últimos momentos que te veo, diría te quiero y no asumiría tontamente que ya lo sabes.

  

Siempre hay un mañana y la vida nos da otra oportunidad para hacer las cosas bien, pero por si me equivoco y hoy es todo lo que nos queda, me gustaría decirte cuanto te quiero, que nunca te olvidaré. El mañana no le está asegurado a nadie, joven o viejo. Hoy puede ser la última vez que veas a los que amas. Por eso no esperes más, hazlo hoy, ya que si el mañana nunca llega, seguramente lamentarás el día que no tomaste tiempo para una sonrisa, un abrazo, un beso y que estuviste muy ocupado para concederles un último deseo. Mantén a los que amas cerca de ti, diles al oído lo mucho que los necesitas, quiérelos y trátalos bien, toma tiempo para decirles lo siento, perdóname, por favor, gracias y todas las palabras de amor que conoces.

                                                                   

Nadie te recordará por tus pensamientos secretos. Pide al Señor la fuerza y sabiduría para expresarlos. Demuestra a tus amigos cuánto te importan.




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Así es que aprovecho este momento para decirles "te quiero" a todas esas personas que están presentes de una manera especial en mi vida. 

Sin vosotros esta historia, mi historia, no sería igual.

GRACIAS.